domingo, 2 de agosto de 2015

Condenados a morir sin ninguna duda (2 Samuel 11:27 - 12:14)

Era impresionante ver como cada primavera las aves anidaban sobre los grandes arboles que habían en el valle. Si querías escuchar música en vivo, un concierto mas largo que las “estaciones” de Vivaldi solo tenías que llegar a ese lugar y sentarte en primera fila para escuchar los diferentes graznidos que hacían una música sin igual. 
Ese lugar era el camino donde los campesinos después de su larga jornada en los sembradíos se tomaban un tiempo para descansar y contemplar así el increíble misterio de la naturaleza creada por Dios. Cientos de aves construyendo su nido a prisa para poner sus huevos y esperar con paciencia que los polluelos nazcan  y seguir con la siguiente tarea de alimentarlos hasta que puedan volar y alimentarse por sí mismos.
Un día, sin previo aviso, sin anunciarlo en alguna publicación del periódico o red social, uno a uno cayeron los arboles. Muchos nidos, el trabajo de varios días sin descansar, quedaron reducidos a nada. El concierto termino con un súbito movimiento de silencio.  En su lugar esta el fraccionamiento, construido por la inmobiliaria, albergando otra clase de familias que no les importo invadir, aunque algunos no lo saben, y destruir las familias que ya estaban ahí.
Quizás esta historia de la destrucción del hábitat de las aves ni si quiera remuerda alguna conciencia  o algún pensamiento errante de culpabilidad aparezca en el lector.  Nadie va a levantar alguna marcha moviendo a centenares de personas para que las inmobiliarias antes de construir o antes de obtener los permisos de construcción tengan un plan de reacomodo del hábitat que van a destruir.
Iba en el transporte publico escuchando (no me quedaba de otra) la platica de mis compañeros de viaje. El autobús se detuvo en el semáforo esperando el verde para proseguir su camino. Frente al autobús una mujer con su hijo en la espalda haciendo malabares con una pelota y otros dos mas grandecitos  en la acera observando el trabajo de su mamá.  Mi compañero de viaje, de oficio conserje y zapatero, exclamó: “Miren, esa señora, como expone a su familia al estar aquí”. A lo que su compañía, una mujer aproximadamente de 60  años le responde: “Pues aunque no quisiera estar ahí, no le queda de otra mas que ganarse la vida de esa manera”. El autobús siguió su marcha y ella y sus hijos, a pesar de nuestras reflexiones sobre las decisiones de la vida y el sistema económico que  nos empuja a tomar decisiones de empleo o malas decisiones,  se quedaron ahí, en esa esquina, esperando una moneda mas hasta obtener lo suficiente para alimentarse y sobrevivir un día mas… ¿Esta historia movió un poco mas tu conciencia y tu sentido de culpabilidad?
A lo mejor cuestionarás mi pregunta de esta manera: ¿Por qué he de sentirme culpable? ¿Qué tengo que ver con el hábitat destruido de las aves o con la mujer que hace malabares con una pelota? Pero, déjame contarte otra historia más: 
“Dos hombres vivían  en un pueblo. El uno era rico, y el otro pobre. El rico tenía muchísimas ovejas y vacas; en cambio, el pobre no tenía más que solo una ovejita que él mismo había comprado  y criado. La ovejita creció con él y con sus hijos: comía de su plato, bebía de su vaso y dormía en su regazo. Era para ese hombre como su propia hija. Pero sucedió que un viajero llegó de visita a casa del hombre rico y como éste no quería matar ninguna de sus propias ovejas o vacas para darle de comer al huésped, le quitó al hombre pobre su única ovejita”
Esta ultima historia fue contada hace muchísimos años por el profeta Natán al rey David. La historia inmediatamente, en la manera en que concluyó, hizo enojar al Rey que condenó a muerte a tal hombre que había hecho semejante cosa. La respuesta de Natán ante tal resolución de David es que tal hombre que merecía la muerte era el mismo rey David. Ya que el pensó que con su autoridad ante tal abuso que hizo de ella se había salido con la suya. Natán sigue señalando, para que el rey David no olvidará que su codicia por mas poder lo llevo a ser un asesino, un abusador, un impío, un malhechor. Y que también no olvidará que el no es nada, que el que lo llevó al poder fue Dios no sus características carismáticas. David reconoció su pecado.
Adquirir conciencia de nuestras malas actitudes que afectan a nuestro prójimo, a nuestro entorno nos cuesta reconocer y tomar acciones penitentes mucho más. Podemos enojarnos y maldecir incluso, cuando vemos que una persona, en el noticiero, abandona a su hijo de apenas meses de nacido, y somos los que en casa exasperamos a nuestros hijos, amargando sus pequeños corazones. Podemos indignarnos al oír noticias sobre los asesinos que quitaron la vida de algunos jóvenes que asistían a la prepa. Incluso expresamos que tales personas deberían estar encerradas por acabar con la vida, con los sueños de esos jovencitos y nosotros somos los que con nuestras actitudes no permitimos que los demás se desarrollen como personas en su libre pensamiento y decisiones propias.
Cuando vi a las aves a que construían sobre el techo de algunas casas el fraccionamiento, intentando recuperar un poco de lo perdido. Cuando las vi buscando en los basureros alimento para sus crías. Cuando las vi huyendo porque a tal residente del fraccionamiento no le pareció albergar una familia de aves. Cuando las vi, sobreviviendo, también me declaré culpable del exterminio en progreso,  aunque yo no compré casa en ese fraccionamiento.
Cuando vi a esa mujer, luchando por la comida del día, con su familia bajo el sol de las 2 de la tarde, no culpé al gobierno, no culpe a ella imaginando que tomó malas decisiones, sino que también me declaré culpable.
David había tomado a una mujer que no le pertenecía y después cometió asesinato.  En un reino donde hay espadas en uso es común que muera la gente. Es común que el Rey tome lo que se le venga en gana. Es común que haya injusticia con los que no tienen poder, con los insignificantes, con los olvidados, con los pequeños de la tierra.  Sin embargo, ante un delito que quizás aunque muchos se hubieran enterado no le hubieran dado tanta importancia, para Dios si es importante. Porque el defiende la causa de los insignificantes. El enaltece al humilde. Llevó a un pueblo pequeño a tener su propio territorio. Llevó a un simple pastorcito de ovejas al tronó. Dios es así. El esta con el pobre, con el indefenso y hace justicia. Por una acción quizás sin importancia David pudo haber el y su descendencia haber perdido el reino debido al ira de Dios.
¿Ahora sí ya pude hacerte reflexionar y mover alguna pizca de culpabilidad en tu conciencia? Sabes. Deberíamos ver más allá de nuestro propio egoísmo. Deberíamos romper la burbuja que envuelve nuestro mundo.  Deberíamos sentirnos culpables de las atrocidades que pasan en nuestro mundo, en nuestra ciudad, en nuestra colonia, en nuestra casa. ¡Deberíamos porque en lugar de cambiar nuestro mundo vamos y tomamos la  única oveja que tiene nuestro vecino y la comemos en barbacoa!

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