domingo, 12 de julio de 2015

Piedra en el Zapato, la Misión de la Iglesia


Uno de los aspectos de la vida de la iglesia es  el llamado a compartir el evangelio. El cristiano se caracteriza porque habla a otros de la fe en que cree e invita a sus oyentes a creer también.  Y si somos llamados a ello ¿estamos realmente haciendo el trabajo? Y si lo hacemos ¿realmente tiene las características adecuadas?.
            El acontecimiento de la muerte de Juan el Bautista relatado en Marcos 6:14-29 nos invita a reflexionar sobre estas preguntas.
Juan el Bautista fallece de forma violenta. Una mujer que le incomoda la vida y el mensaje de Juan encontró la manera perfecta de deshacerse de él. La muerte de Juan parece también un ritual donde la burla y lo siniestro ocurren al exhibirse su cabeza en una charola como parte del festín a devorarse en la fiesta que los que gobiernan y la clase alta celebraban por motivo de un cumpleaños.
            Juan tenía su sentencia de muerte porque realmente incomodó, así como una piedra en el zapato, el idilio político -amoroso de Herodías y Herodes al señalarles que era una relación ilícita.
            ¿Podrá ser esta característica, ser como piedra en el zapato,  del ministerio de Juan el Bautista la manera en que se debe comportar la iglesia ante aquellos que hacen cosas ilícitas? ¿El compartir las buenas nuevas significa confrontar? Y si confrontar es parte de nuestro ministerio ¿qué es lo que tenemos que tener en mente para hacerlo?
            Hoy en día una de las leyes que se están aprobando en diversos países es el permiso de que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio civil. La iglesia levantó su voz y en muchos lugares no solo señalaron el desacuerdo porque viola las leyes de Dios sino que marcharon mostrando al mundo su desacuerdo. Cosa curiosa es esto porque cuando el gobierno aprueba otras leyes que fomentan la división social, el aumento de la pobreza y la desigualdad la iglesia misma ha señalado que “todo gobierno está puesto por Dios y no hay que criticarlo, sino que orar por ellos”.
            Juan el Bautista no lo detuvo nada para señalar la acción ilícita. No tuvo temor de enfrentarse al rey. El rey podía mandarlo a callar. Quitarle la vida. Sin embargo Juan el Bautista sabía que El que le había enviado era más poderoso que Herodes.
            Y esto es lo que tenemos que creer, albergar en nuestro corazón y en nuestra mente, para poder confrontar, señalar aquellas acciones ilícitas.  Es muy fácil confrontar a aquellos que no pueden quitarnos cosa alguna; pero señalar a aquel o aquellos que tienen el poder para hacernos callar de forma violenta es algo que se piensa dos veces. Tal predicador dijo que “debemos estar agradecidos con el gobierno que nos permite la libre expresión; que nos brinda espacios para predicar libremente en los lugares que queramos; que nos dejemos de andar como todos los demás de andar viendo sus errores y nos unamos a ellos en la lucha por un mejor …..” Si pensamos así sería como guiñarles el ojo a nuestros líderes gubernamentales y decirles gracias por el espacio sigan con su inmoralidad.  Pero esta clase de pensamiento no va con Juan el Bautista.  Juan no le debía nada a Herodes. La iglesia no le debe nada al gobierno. Ni le debe la libertad de culto.
            Para poder confrontar, ser esa piedra en el zapato, también debemos saber que un solo destino nos espera. Y es el mismo que pasó Juan el Bautista y este es: la muerte. Morir violentamente.
            Ese aspecto no se menciona en los cursos de discipulado, ni en las conferencias de liderazgo e iglecrecimiento. El resultado que se espera de la predicación del evangelio es iglesias numerosas, cultos con grandes cantidades de personas. Éxito cuantitativo, cualitativo, económico, etc. Pero la muerte en ninguna manera aparece en la mente. No aparecen en los propósitos y visión de las congregaciones. Sin embargo Juan el Bautista nos recuerda que la muerte violenta está dentro de los resultados al cumplir la misión por la que fuimos enviados por Dios.

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