Uno de los aspectos de la vida de
la iglesia es el llamado a compartir el
evangelio. El cristiano se caracteriza porque habla a otros de la fe en que
cree e invita a sus oyentes a creer también.
Y si somos llamados a ello ¿estamos realmente haciendo el trabajo? Y si
lo hacemos ¿realmente tiene las características adecuadas?.
El
acontecimiento de la muerte de Juan el Bautista relatado en Marcos 6:14-29 nos
invita a reflexionar sobre estas preguntas.
Juan el
Bautista fallece de forma violenta. Una mujer que le incomoda la vida y el
mensaje de Juan encontró la manera perfecta de deshacerse de él. La muerte de
Juan parece también un ritual donde la burla y lo siniestro ocurren al
exhibirse su cabeza en una charola como parte del festín a devorarse en la
fiesta que los que gobiernan y la clase alta celebraban por motivo de un
cumpleaños.
Juan
tenía su sentencia de muerte porque realmente incomodó, así como una piedra en
el zapato, el idilio político -amoroso de Herodías y Herodes al señalarles que
era una relación ilícita.
¿Podrá
ser esta característica, ser como piedra en el zapato, del ministerio de Juan el Bautista la manera
en que se debe comportar la iglesia ante aquellos que hacen cosas ilícitas? ¿El
compartir las buenas nuevas significa confrontar? Y si confrontar es parte de
nuestro ministerio ¿qué es lo que tenemos que tener en mente para hacerlo?
Hoy
en día una de las leyes que se están aprobando en diversos países es el permiso
de que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio civil. La iglesia
levantó su voz y en muchos lugares no solo señalaron el desacuerdo porque viola
las leyes de Dios sino que marcharon mostrando al mundo su desacuerdo. Cosa
curiosa es esto porque cuando el gobierno aprueba otras leyes que fomentan la división
social, el aumento de la pobreza y la desigualdad la iglesia misma ha señalado
que “todo gobierno está puesto por Dios y no hay que criticarlo, sino que orar
por ellos”.
Juan
el Bautista no lo detuvo nada para señalar la acción ilícita. No tuvo temor de
enfrentarse al rey. El rey podía mandarlo a callar. Quitarle la vida. Sin
embargo Juan el Bautista sabía que El que le había enviado era más poderoso que
Herodes.
Y
esto es lo que tenemos que creer, albergar en nuestro corazón y en nuestra mente,
para poder confrontar, señalar aquellas acciones ilícitas. Es muy fácil confrontar a aquellos que no
pueden quitarnos cosa alguna; pero señalar a aquel o aquellos que tienen el
poder para hacernos callar de forma violenta es algo que se piensa dos veces. Tal
predicador dijo que “debemos estar agradecidos con el gobierno que nos permite
la libre expresión; que nos brinda espacios para predicar libremente en los
lugares que queramos; que nos dejemos de andar como todos los demás de andar
viendo sus errores y nos unamos a ellos en la lucha por un mejor …..” Si
pensamos así sería como guiñarles el ojo a nuestros líderes gubernamentales y
decirles gracias por el espacio sigan con su inmoralidad. Pero esta clase de pensamiento no va con Juan
el Bautista. Juan no le debía nada a
Herodes. La iglesia no le debe nada al gobierno. Ni le debe la libertad de
culto.
Para
poder confrontar, ser esa piedra en el zapato, también debemos saber que un
solo destino nos espera. Y es el mismo que pasó Juan el Bautista y este es: la
muerte. Morir violentamente.
Ese aspecto no se menciona en los
cursos de discipulado, ni en las conferencias de liderazgo e iglecrecimiento.
El resultado que se espera de la predicación del evangelio es iglesias
numerosas, cultos con grandes cantidades de personas. Éxito cuantitativo,
cualitativo, económico, etc. Pero la muerte en ninguna manera aparece en la
mente. No aparecen en los propósitos y visión de las congregaciones. Sin
embargo Juan el Bautista nos recuerda que la muerte violenta está dentro de los
resultados al cumplir la misión por la que fuimos enviados por Dios.
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